viernes, 5 de octubre de 2012

el invierno ríe y la ciudad es infierno

las ciudades por la noche se llenan de soledad y cuesta pensar que en algún lugar está muriendo alguien, tal vez porque muchas veces estas cosas nos parecen algo muy lejano como para pensar en ello. las cosas malas siempre les pasan a los demás, se repite todo el mundo, y por eso en las ciudades ya nadie se mira a los ojos. pero en el piso quince de ese gran edificio que domina la esquina una mujer deja de respirar porque  está muy sola, o muy acompañada, ya nadie lo sabe, seguramente tantas pastillas pasaron factura y ahora está sentada en el salón, con la luz abierta. y es un momento de silencio total cuando un niño del piso de delante se asoma a la ventana y la ve, no leyendo como siempre, sino quieta, con los ojos todavía abiertos, seguramente su piel sigue caliente. y justo en ese instante al niño se le rompe el globo que aguanta entre las manos y corre a abrazar a su hermano, que juega con un coche encima de la alfombra. 

a la mañana siguiente el dueño del piso de arriba llega a su portal después de trabajar toda la noche y ve aparcado en la puerta un coche, y dos hombres bajando una camilla con un cuerpo tapado. el miedo de querer saber quien es, el terror de llegar a descubrirlo. ya hace mucho que el ascensor no funciona, las cosas no están muy bien, las luces de los pasillos parpadean. y sin embargo, la señora del piso quince vive rodeada de lujos. ella, que podría vivir en cualquier lugar, elige vivir en un barrio donde las casas se caen, donde la gente apenas tiene para vivir al día, donde se concentra la policía por ser el barrio más peligroso. el señor del portal pasa por delante de su puerta y ve que no hay luz debajo de la puerta. y entonces lo entiende: no se puede correr siempre para acabar en el vacío. 

el velatorio se celebra en un edificio que pocos años atrás se había quemado por un incendio, todavía no se sabe a ciencia cierta si fue provocado o si se trató de un accidente. el deshielo. un cadáver metido en una caja de madera, inmóvil, frío. intacto. vestido con la misma ropa de siempre, con las uñas perfectamente pintadas. los ojos delineados, los labios muy rojos. las manos encima del pecho, ya costó ponerlas así, entrelazadas. se acerca un chico y se mete dentro de la sala. se la queda mirando desde lejos. no sé qué pasa que la gente necesita despedirse aunque la otra persona no lo pueda notar. acaricia su pelo, rubio por el tinte, con alguna cana. la ansiedad de saber que no volverás a ver a alguien. la brutalidad de verlo quieto delante de ti. el silencio rozando el cuerpo.

querer encontrar una salida de emergencia a la tristeza, que a veces atrapa y te asfixia. saber que también ella está feliz, que es un cadáver inmensamente tranquilo,  que la muerte a veces no asusta, aunque nos extrañe hay gente preparada para ello. pero qué contradicción que alguien quiera irse cuando la gente mataría por volver. pero es absurdo, y lo piensa, y por eso en las ciudades las personas pasan a convertirse en hormigas. porque así pierden su identidad, y no importa lo que pase, el frío es el mismo para todos.